Ayer fui robado. Fui víctima de un crimen muy raro, aunque muy frecuente.Lo que más me duele de esto es que los que me robaron seguramente sean amigos y familiares; lo hicieron sin sentir remordimiento ni compasión ¡quizás crean que hacen bien en participar!Y ni siquiera puedo dar aviso a la policía ni hacerles juicio, al no poder identificar a los culpables pues no estuve cuando el hecho se produjo.
El crimen sucedió de una manera singular: no me atacaron físicamente a mí ni a mis familiares (pero me sentí muy amenazado); no utilizaron armas ni me golpearon (aunque salí muy herido);tampoco tuve oportunidad de defenderme, porque esto se inició en mi ausencia.
Nadie salió tampoco a defenderme. Al contrario de lo que sucede en otros robos, en los que la gente simpatiza con la víctima, los que presenciaron mi desgracia parecieron solidarizarse con mis agresores, uniéndose a ellos en la vil tarea de dejarme vacío.
Fue un robo catastrófico por la magnitud de la pérdida que sufrí. Y no es que me hayan robado dinero ni objetos materiales.
No, no fue ninguna de las cosas que la gente considera “de valor”.
Sin embargo me despojaron de cosas mucho más valiosas
que no se hallaban en mi billetera: ensuciaron mi nombre, me robaron mi reputación, me dejaron sin la estima de los demás, me quitaron la tranquilidad, se llevaron la paz que tenía, me vaciaron de seguridad y rompieron la confianza que depositaba en los que me rodean.
Los efectos de esa felonía durarán por siempre, porque cuando uno es robado, y peor aún, robado por quienes ama, se instala en el alma una sensación de desconfianza e inseguridad que no se irá jamás.
Después de haber sido asaltado de esa manera, la relación con los demás ya no vuelve a ser la misma.
Les bastó para consumar este terrible delito, utilizar unas pocas palabras susurradas por lo bajo (¡sí, palabras!), infundadas habladurías, para dejarme sin lo más precioso que tenía. Un “chismecito” dicho al oído bastó para perpetrar el saqueo de mi honor y de mi prestigio en forma irremediable.
Es que mi buen nombre es el único capital que puedo atesorar con seguridad para los años por delante ¡Ni eso me han dejado!
Al hablar mal de mí se llevaron todo y me dejaron en cambio una sensación de impotencia y de ira que no deseo tener.
Para colmo de horrores, los ladrones ni siquiera necesitan volver a asaltarme. Otros recogerán sus palabras para continuar lastimándome, sin que haya un momento en que el ataque pueda detenerse, porque mientras encuentren un oído que las oiga y un corazón que las acepte, las palabras seguirán de boca en boca renovando sus asaltos.
¿Qué dice la Biblia de esta clase de delitos?
En el Antiguo Testamento figura un mandato tan positivo como los Diez Mandamientos acerca de esto, pues coloca el chisme al nivel del asesinato: “No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová”. Levítico 19:16.
Acerca de los chismosos dice:
- “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos”.
(Proverbios 16:28) - “Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas”.
(Proverbios 18:8) - “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda”.
(Proverbios 26:20) - Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, y penetran hasta el fondo de las entrañas.
(Proverbios 26:22)
Un chismoso quebranta la paz social, ofende y enturbia las relaciones entre hermanos y apaga la voz del Espíritu. Quienes lo escuchan, además, son atraídos en forma irresistible a reproducir su conducta atrayendo culpabilidad sobre sí. Porque el que oye las palabras del chismoso y las repite se convierte también en un delincuente.
Tal como lo dice un conocido refrán “es tan ladrón el que roba en la huerta como el que espera en la puerta”.
Jesús enseñó acerca de esto en términos todavía más drásticos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. Mateo 5:22-24
Por mi parte he decidido hacer lo único seguro y liberador en estos casos: esconderme.
Para evitar ceder al deseo de vengarme, al enojo o al resentimiento, para no reaccionar mal y pecar contra Dios y mi prójimo, para estar definitivamente a salvo de estos ataques, nada mejor que acudir al amparo que brinda el Señor:
“En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre; Los pondrás en un tabernáculo a cubierto de contención de lenguas”. Salmos 31:20
¡Qué bendición poder contar con su protección! ¡Qué seguridad se halla en su amorosa y plena aceptación!
No me convertiré yo mismo en delincuente por aceptar o repetir un comentario malicioso acerca de nadie. No lo permitiré.
Entiendo que la única conducta segura consiste en dejar el asunto en manos de Dios y seguir adelante sin decir nada, siguiendo el ejemplo de Jesús.
“El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1º Pedro 2:22-23).
Si fuiste robado de esta manera (y casi seguro que es así), te invito hoy a seguir el ejemplo de Cristo.
LA LENGUA
Santiago 3:5-10 (LBLA)
La lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego!
La lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida.
Porque todo género de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se puede domar y ha sido domado por el
género humano, pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal.
género humano, pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal.
Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición.
Hermanos míos, esto no debe ser así.
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